Cuando falleció, se
llevó con él el por siempre codiciado secreto de las momias. Nada, no queda ni
un papel borroso con los ingredientes de la fórmula, menos un libro con los
enigmáticos apuntes; apenas se sabe que la composición de la misteriosa pócima
que impedía la descomposición de los cuerpos exangües, y permitía su conservación
en ingeniosas poses –sentados, por ejemplo no dejarían del todo este mundo-,
contenía, entre otros ingredientes, cloruro de aluminio y que, eso sí, una vez
inyectada en el torrente sanguíneo del recién fenecido, aquellos restos
quedarían como los de Walt Disney; y ¡no sería necesario extraerle las
vísceras!
Hablando de muerte y
de cadáveres poco exquisitos, loados con creces pero barnizados por la duda, y
hablando de presidentes fallecidos en ejercicio o casi, y del culto triste a
las figuras poderosas convertidas en momias para una eternidad de embuste,
viene a cuento la historia asombrosa de Gottfried August Knoch (“el doctor
Canoche”), oriundo de Halberstadt, Alemania, donde nació el 17 de marzo de 1813
-ahora mismo se celebra el bicentenario-, y quien fuera conocido, más que por
parecerse demasiado a José Gregorio Hernández -también sanaba a los pobres sin
cobrarles-, por tener en la
Finca Buena Vista, en el picacho de Galipán, del Ávila
guaireño, decenas de cadáveres en conserva; él mismo habría pedido ser
inyectado para la posteridad por su asistente y al parecer pariente, la
enfermera Amalie Weismann, que también fue discreta, a la hora de revelar la
receta, hasta la muerte.
Luego de un ascenso de
poco más de dos horas, lo que se divisa es una casa en ruinas, las paredes
están rotas y desconchadas, y donde hubo preciosos sembradíos de café, solo
crece la maleza. Formado como médico cirujano en Alemania –cinco años después
de su llegada al país en 1840 obtuvo la reválida para ejercer de la Universidad Central
de Venezuela-, el doctor Knoch se mudó definitivamente a la finca Buena Vista
–su esposo lo deja y regresa a Alemania- y allí, cerca del cielo avileño, vivió
y montó un laboratorio ¿macabro? ¿científico?, y el almacén donde mantenía a
buen resguardo decenas de cadáveres embalsamados. Directo del hospital de San
Juan de Dios de Vargas, como tal tendría el consentimiento de la comunidad
médica para hacerse de los restos de aquellos que nunca eran reclamados. Los
subía en burro por las laderas de la montaña hasta la hacienda que también
sería una hermosa vivienda –en plena selva tropical, decorada como casona de la Selva Negra- y allí
los mantenía a buen resguardo, en las fosas individuales construidas
especialmente.
La leyenda negra lo
llama el Frankenstein criollo pero Derbys López Suárez, coordinador de la Fundación Historia ,
Ecoturismo y Ambiente, enamorado del Avila, su defensor, y recopilador de
leyendas como historiador por oficio que es, intenta lavar el sospechoso perfil
de Knoch, a quien compara con sus colegas europeos, también dados a la tarea de
eternizar nobles y miembros de la realeza. Con aquel preciado líquido
embalsamador, Knoch embalsamó al primer presidente de Venezuela fallecido en el
ejercicio de sus funciones, Francisco Linares Alcántara, y momificó a Tomás
Lander, caraqueño cofundador del periódico liberal El Venezolano. Es el que se
conservaba sentado en su escritorio, bien vestido por sus familiares, en su
casa. “Pero el mismo gobierno ordenó que fuera enterrado, ya habían diferencias
políticas entre él y los amarillos por lo que, temiendo que reencarnara, y
tomara medidas extremas; fue un gesto político más que ético”, explica Derbys
López.
La hacienda Buena
Vista estaba custodiada también por perros embalsamados por el doctor Knoch, un
médico muy generoso “que hizo mucho durante la epidemia de cólera que nos azotó
entre 1854 y 1856” ,
añade Derbys López. Lo que lo hizo misterioso fue su interés por los muertos:
aquellos que llevaba de noche hasta su casa. Su hermetismo en estos asuntos.
Una vez muerto, el doctor Knoche, y embalsamado como fue su voluntad –habría
dejado la fórmula preparada con ¡20 años de anticipación!- la casa fue cerrada
y la llave lanzada al mar. Pero al cabo de los años, la intriga y la leyenda de
que había oro en aquella casa solitaria –tuvo descendencia pero no se tienen
tampoco pistas de ellos-, animó el saqueo. Algunos de los cuerpos permanecieron
un tiempo en los salones de la escuela de medicina tropical, de la Universidad Central.
Pero también el tiempo consiguió borrarlos.
La muerte tiene sus
códigos. Para fines ¿religiosos?, paleros, como se hacen llamar, habrían
asaltado horas atrás, como escribe la periodista Lissete Boon, el mausoleo que
contenía los restos de Joaquín Crespo y su esposa, misia Jacinta, en el
Cementerio General del Sur, “construido para que todos tuvieran posibilidad de
descansar en paz por Guzmán Blanco y no hubiera discriminaciones al morir:
cementerios de extranjeros, de judíos, de no católicos”, como acota Derbys
López, y por ello acaso tendría sentido el trabajo de Knoch: salvaría a los
muertos de ir a parar al fondo del mar. Lo cierto es que la muerte no descansa
hasta que su trabajo queda listo, pese a los esfuerzos de los embalsamadores,
al menos por estos lados donde, ahora mismo, para acciones non sanctas, no se
respeta la paz de los sepulcros, llámese Simón Bolívar, Hugo Chávez o Cipriano
Castro.
Knoch, tiene, sin
embargo, quien lo quiera. El músico de heavy metal venezolano, Paul Gillman, le
dedica una canción llamada Dr. Knoche; está en el disco El regreso del guerrero
y la escritora chilena Isabel Allende, se habría inspirado en su leyenda para
recrear, en su libro Eva Luna, al personaje del profesor Jones; y Derbys López
prepara un libro con el anecdotario más cabal posible, para aclarar su perfil.
Entretanto, mientras la muerte anunciada, oculta o desdoblada es tema de
conversación en salones caraqueños, y no pocos se lamentan por la desaparición
de los restos del expresidente –Castro-, una palabra calza para el corolario:
Knochen, casi idéntica al apellido del celebérrimo doctor, significa ‘Hueso’ en
alemán. Será que los paleros entienden el idioma de aquel abominable que se
creyó dios.
Faitha Nahmens
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