1 DE SEPTIEMBRE 2013 - 12:01 AM
La plaza La
Pastora es el punto de encuentro para un grupo de personas
deseosas de conocer más sobre los senderos menos transitados del imponente
cerro Ávila. Amas de casa, estudiantes y profesionales de diversas áreas acuden
a la convocatoria realizada por la Fundación Historia ,
Ecoturismo y Ambiente (Fundhea): inscribirse, a cambio de una colaboración, en
un recorrido que unirá las huellas del pasado en el Camino de los Españoles.
Derbys López, miembro fundador de la organización, da la
bienvenida a lo que será la ruta Los Fortines del Ávila: “La idea es contar la
historia en el sitio que sucedió, con información del saber popular y una vista
panorámica de la ciudad. Queremos rescatar el valor patrimonial de estos
lugares”.
Puerta a Caracas
Dos vehículos rústicos llevan al grupo desde la plaza La Pastora hasta el mirador
de Puerta Caracas, el primer punto del recorrido. La vía para llegar hasta allá
se adentra por las calles pintorescas, cuyas paredes se encuentran llenas de
color y arte.
Desde allí, se observa la ciudad como una maqueta llena de casitas
y edificios. Líneas verdes que se convierten en espacios la atraviesan. En ese
mirador, junto a un monumento a Bolívar y Martí –antiguos transeúntes del
camino– comienzan a surgir las historias.
“Muy poca gente sabe que en el Ávila existían fortalezas que
defendían el Camino de los Españoles y la ciudad. En ese entonces, La Guaira era más importante
que Caracas”, relata López. El Camino de los Españoles era la única vía de
tránsito, donde se cobraban los impuestos. Comenzaba desde la plaza Bolívar
hasta lo que hoy se conoce como el bulevar Panteón.
López va señalando todo: la frontera sur, que se encontraba justo
donde están las torres del Centro Simón Bolívar; el cerro El Volcán, tras el
cual se esconde el pueblo de El Hatillo y, más abajo, La Boyera y Baruta. Su brazo,
transformado en brújula, indica las vías hacia los Valles del Tuy, la Autopista Regional
del Centro, El Paraíso, La Vega ,
Montalbán, Antímano y Las Adjuntas.
Herencia de fe
La capilla de San José, ubicada en la comunidad de Campo Alegre,
recibe a los visitantes con un altar modesto y la mirada cabizbaja del
Nazareno. Oralis Pérez de Aranguren, quien vive con su familia frente a la
capilla, es la encargada de mantener el templo. Heredó la responsabilidad de su
madre como parte de una tradición: los Aranguren recibieron la custodia de la
capilla luego de que Manuel Teodoro Muñoz, benefactor de Campo Alegre, la
construyera y donara al pueblo.
En la quietud de este santuario, López cuenta cómo el camino
también fue empleado como ruta de peregrinación gracias al esfuerzo del padre
Santiago Machado, cura de Maiquetía. Machado fue cautivado por el fervor que
observó en el culto a la
Virgen María durante un viaje a Francia en 1884. Antes de
volver a Venezuela, pidió permiso a la municipalidad y retiró piedras del
manantial cercano al altar, compró una imagen de la Virgen tamaño natural y
regresó.
Tras hablar con los feligreses de la iglesia San Sebastián de
Maiquetía construyó en el templo una gruta a Nuestra Señora de Lourdes, lo cual
dio inicio al primer culto a esa advocación en el país. Además, organizó un vía
crucis para el día de la aparición y escogió para ello el Camino de los
Españoles. La Virgen
era llevada un día antes a la iglesia La Pastora y le hacían una misa a las 5:00 am.
Posteriormente, la trasladaban a la iglesia de San Sebastián a través del
camino.
La capilla de Campo Alegre se convirtió en la tercera estación del
vía crucis de Nuestra Señora de Lourdes. La peregrinación cumplió 128 años y se
sigue haciendo cada 11 de febrero.
Cultivos prehispánicos
La tercera parada del paseo regala una doble vista de Caracas y,
al otro lado, del litoral central. Es el sector Dos Caminos, donde una pequeña
loma representa el límite entre el distrito capital y el estado Vargas. Desde
ese mirador natural se vislumbran los cultivos de Sanchorquiz, poblado que debe
su identidad a la corrupción del nombre del militar y marino español Sancho de
Alquiza, quien fue presidente de cabildo de Caracas.
Sus esclavos, traídos de África, no hablaban español, por lo que
les costaba pronunciar correctamente el nombre de su amo. Los poblados de
Sanchorquiz y Hoyo de la
Cumbre (el más alto de la parroquia Maiquetía) se dedican a
la prestación de servicios y a la agricultura. Antiguamente eran pequeños
caseríos en torno a las haciendas.
Sembradíos de brócoli, lechuga, cebollín, ajoporro, zanahorias y
cilantro despiertan los sentidos: el aire se carga de aromas y el verde, en
todos sus matices, llena el paisaje de frescura.
Los blancos de orilla, a quienes sólo se les permitía vivir a las
orillas de las ciudades, fueron los pobladores de esa zona. La influencia
canaria trajo las plantas de tuna, que aún forman parte de la vegetación del
sector. López afirma que algunas de esas terrazas tienen hasta 1.000 años de
antigüedad. Llama la atención que ningún cultivo está cercado, pues cada
familia trabaja de manera conjunta y respeta los terrenos.
De vigías y defensas
Llegar al puesto de guardaparques El Fortín presagia un encuentro
con la grandeza de las vistas que ofrece la montaña desde las ruinas del Fortín
de San Joaquín de la Cuchilla ,
conocido también como el Fortín de la Cumbre. En esta meseta se puede acampar o tener
un tranquilo picnic, rodeado de naturaleza e historia.
La construcción perteneció a la parte alta del sistema de defensa
del puerto de La Guaira.
Los sectores de La
Atalaya , Castillo Negro y Castillo Blanco también formaron
parte de este conjunto de protección. Humboldt, Simón Bolívar y Francisco de
Miranda pasaron por el Fortín de la
Cumbre , que conserva en pie sus merlonas (espacios por los
que se asomaban los cañones).
España donó dinero para la recuperación y puesta en uso de lo que
quedaba. Los arquitectos Graziano Gasparini y Nedo Paniz se encargaron del
proceso de investigación: encontraron los planos originales y hallaron las
bases en la tierra. No obstante, la recuperación fue abandonada, al igual que
las de La Atalaya
y Castillo Negro.
Media hora de caminata por un sendero de espesa vegetación conduce
a la cima de Castillo Negro, a 1.500 metros sobre el nivel del mar. Aunque la
subida puede agotar un poco, no es necesario ser un deportista ni tener una
condición física excelente para alcanzar la meta. Al llegar, el viento es el
protagonista: la fuerte brisa revuelve los cabellos, acaricia el rostro y
susurra de vez en cuando. Quienes subieron en pareja se abrazan, pues el frío
comienza a hacer de las suyas.
Del fortín de Castillo Negro sólo quedan los cimientos. Allí se
sientan algunos para recuperar el aliento y disfrutar de la vista, que
–dependiendo de la neblina– dibuja una paleta de lilas, dorados y cobrizos.
Entre una cama de nubes se divisa el mar, y del otro lado las luces de Caracas
asemejan a cocuyos que pueblan el valle y sus montañas.
Cuando el negro lo absorbe todo, las linternas se encienden para
mostrar el camino de regreso hacia los rústicos. Los participantes son llevados
hasta la estación del Metro de El Silencio, donde se da por terminada la
excursión. El Ávila se observa a lo lejos, ahora más grande y profundo. Espera
paciente para revelar, a nuevos caminantes, sus secretos de historia y
tradición.
Seis años recuperando caminos
Fundhea (www.facebook.com/Fundhea) cumplió seis años de dar a
conocer la historia oral de Caracas mediante el Programa de Rutas Ecopatrimoniales.
Para mayor información sobre sus actividades, visite la página en Facebook o
escriba al correo fundhea@hotmail.com. También se les puede seguir en Twitter
por@fundhea.
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